Es como una
sensación de morriña, de que las cosas no podrán pasar como en ese viaje,
porque jamás habrá otro viaje como aquel, en el que nos encontramos a nosotros
mismos, a nuestras necesidades como amigos, de pasar días enteros juntos, de
pelarte como auténticos hermanos y aún así mantenerse inseparables. Juro que
Roma me ha cambiado, porque al pasar solos seis días, sin distracción alguna
que impida que nos comuniquemos entre nosotros y la posibilidad de caminar
solos por toda una ciudad a nuestra suerte y nuestros conocimientos, cambia a
la gente.
Y creo que
todos lo necesitábamos. Un simple cambio.
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