Querida Lisboa,
Vuelvo enamorada de tus preciosos miradores al atardecer y de ese bonito ambiente bohemio que nunca será mío. Debo darte las gracias por refrescarme la mente con el viento que azota tus empinadas calles y por curarme las heridas con el salado agua del Atlántico de las costas de tu país.
Por hacerme disfrutar de inmenso Tajo que te envuelve y por destrozar todos mis esquemas. Hacer cosas que jamás hubiera hecho y disfrutar de estar sola, en tu maravillosa saudade.
Vuelvo con ganas de saborear más pasteles de nata, enamorarme de la magia de tus graffitis y quejarme de lo mal que os organizáis en esa ciudad. Jamás podré acostumbrarme a vuestra calma y menos al bacalao.
Pero me has enamorado tanto como todas las veces que viajo.
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