martes, enero 26

¿De verdad no nos damos cuenta de que cuánto más sonreímos más felices somos?

  ¿Pero cómo no voy a creer en el destino si cada vez que pienso que algo no debería haber pasado, la vida me sorprende de golpe, con un bofetón para que me de cuenta? Intento que mi regla general y primordial sea no arrepentirme de nada en ningún momento, pero es inevitable si me quiero llamar persona. Nos arrepentimos de los que se van, de los que vienen, de lo que dejamos de hacer o lo que hacemos con demasiado esfuerzo, nos arrepentimos de dejarnos la piel para obtener resultados espantosos y de callar, callar porque es más fácil que soltar todo lo que nos preocupa, lo que nos provoca, por el qué dirán y las bocas sucias llenas de odio. 
Nos arrepentimos porque somos humanos a los que nos da miedo que todo aquello que queremos y deseamos con tanta fuerza se vaya al traste en un segundo. 
  Intento no creer en el destino porque entonces se convierte en una especie de fuerza superior que me domina, y no me gusta que me obliguen a hacer las cosas. Tengo cierto recelo de creer en algún tipo de dios y me niego en rotundo ante algunas religiones, pero resulta que no puedo dejar de creer en el destino por más que me empeño en hacerlo. 
Puede que James Dean estuviera en un tranvía llamado Deseo, pero yo, que ahora paso la vida entre vagones, he descubierto que el tren representa el destino. Cada vez que algo me sorprende mientras estoy uno la vida me muestra una pequeña pizca de como funciona. 
  A veces pierdo un tren y me encuentro con una persona que me alegra el trayecto, a veces deseo haber subido en otro y alguien del vagón me sorprende. A veces escojo un tren que me descubre música nueva, historias nuevas, momentos sobre los que reflexionar, gente a la que admirar, personas a las que sonreír o a las que dar un par de monedas porque seamos generosos con los que no pueden sobrevivir a esta locura de mundo.
Cada tren que cojo me descubre que si estoy ahí, en ese momento, es porque debo estarlo. Hoy estaba en un tren donde un hombre se ha puesto a cantar, a rapear de hecho, no he hecho ni caso a lo que decía la letra porque andaba absorta en mis pensamientos; qué narices hay que tener para plantarse en medio de tanta gente y alegrar el día a algunos, ya no es solo pedir por tu situación, es trabajarte un espectáculo instantáneo para el trayecto de parada a parada. Un momento que valga la pena para alguien y te corresponda con unas monedas. Qué narices. Al terminar la canción, después de pasar su sombrero, ha dicho una frase, una estúpida frase realmente cierta que nadie se recuerda cada mañana: "No esperemos a ser felices para sonreír, sonriamos para ser felices."
¿De verdad tiene que venir alguien a decírnoslo?  ¿De verdad no nos damos cuenta de que cuánto más sonreímos más felices somos? 

No quiero creer en el destino, pero es imposible no hacerlo. 





martes, enero 12

Redes traicioneras

    Resulta que mi inspiración es la noche, la presión y los días en los que uno se siente con ganas de huir. Tengo miedo a la oscuridad y noto como mi piel se pone de gallina porque hace un frío terrible en mi habitación. No es relevante. Pero detrás de todo eso no estoy más que pensando una vez más en la vida. Algo no funciona bien, hay algo que nos estamos dejando atrás con ese frenesí por vivir el momento, el día y la vida. Somos una generación de egoístas egocéntricos que no saben mirar atrás y tienen miedo de pensar en los años futuros. Yo, primera culpable, al menos en eso de mirar hacia delante. 
    El problema de todo nuestro inconformismo, de esa melancolía y tristeza que nos azota por las noches, cuando nos paramos a pensar de verdad, son las redes sociales. Hemos llegado a un punto en el que no hay escapatoria, en el que no puedes pararte a pensar porque sino la vida te deja atrás, es una enfermedad socialmente aceptada. Aunque quieras huir siempre tendrás la "necesidad" de documentarlo, de publicarlo, ese terrible "yo estoy aquí y tu no" que lleva cada nueva red social escrito en letra pequeña. ¿Qué ha pasado? ¿Qué necesidad hay de mostrar absolutamente todo? ¿Por que nos sentimos con la necesidad de explicar hasta el más absurdo momento de nuestra vida para evitar estar solos, con nosotros mismos? ¿Por qué narices nos importa tanto que una noche no estemos hablando con nadie? ¿Qué problema hay con estar solos? 
     Nuestros padres se separaban cuando llegaban a casa y no sabían nada de la otra persona hasta el día siguiente y a veces ni en años. Y no pasaba nada. Nadie moría, nadie se sentía solo, nadie quería llorar por "no tener amigos" que le hablasen todos los días a todas las malditas horas. 
    Me siento hipócrita de sentir estas cosas y de tener que vivir estas cosas, de no ser capaz de obviarlo o que deje de importarme, de vivir en esta generación. Me siento hipócrita de criticar algo que yo misma no soy capaz de controlar porque repito, es una locura aceptada por todos. 
     La solución es fácil, sé que solo basta con cerrar cada cuenta, dejar de obsesionarse y vivir un poco más alejada, más en la soledad. Pero es difícil, mucho, no sé si por la necesidad intrínseca de las personas a contar sus experiencias o porque realmente, estas infernales redes me han atrapado. 


sábado, enero 9

Búscalo

  Hace tiempo que me di cuenta de que la única que pone trabas a su vida, soy yo. Ni el universo está en mi contra, ni soy una chica gafada. La única culpable de no perseguir sus sueños, soy yo. 

  ¿Que por qué? Es sencillo, el miedo siempre será el culpable de todos los ojos cerrados por si el monstruo del armario quiere hacerme cosquillas a medianoche. 
Así que ya basta, no importa cuánto hay que luchar, cuánto haya a lo que renunciar o lo difícil que pueda resultar encontrar la salida. Siempre, siempre, siempre seguiré hacia adelante. Y el día menos pensado, todo lo que deseo estará al otro lado de la puerta a la que yo misma he llamado. Porque si no lo buscas, no lo encuentras. 


sábado, enero 2

Abismo

  La sensación más intensa del mundo es el abismo en el corazón. Esa risa tonta y estridente que te alcanza la garganta y el momento en el que te das cuenta de lo feliz que eres riendo por algo o a causa de alguien. Entonces te llega el vacío, el abismo en el pecho. Te das cuenta en ese mismo instante del mayor miedo del hombre; que esa persona se te escape de las manos y morir sin haber vivido lo suficiente a su lado. 
  Ese abismo es la sensación agridulce más natural, vivaz e intensa del mundo.